LabIA - Laboratorio de Innovación Arquitectónica - juan moya arquitectura

LA INMUNIDAD

Abril 2, 2020

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La globalización, postulada como ese gran avance con aires de plenitud, se ha visto envuelta en el ultraje de sus propios cimientos. Sus bases liberales han fomentado el trabajo duro de los individuos y la competencia entre los mismos en busca de la fábula de la riqueza. Dicho enfrentamiento al que se han visto sometidos los individuos nos ha conducido inevitablemente a la dificultad del pensamiento colectivo y de la cooperación social.

Los mercados han sido la llama que avivaba las masas mediantte grandes plataformas de consumo, grandes redes de movilidad e infraestructuras de gran afluencia. Nuestros aeropuertos, autopistas, líneas férreas y puertos nos han nutrido de todo lo necesario y nos han acercado a placeres desconocidos. La aceleración y la masa ruidosa ha sido un factor esencial para alimentar al sistema y sostenerlo. “Destruir lo construido”, la forma de creación de capital en un ciclo abierto alimentado por la necesidad constante. Sin ella el sistema hubiera caído, luego era preciso la obsolescencia programada y la naturaleza, su materia prima de consumo. Nada es infinito y no importa si nos ofrece nuevas riquezas, incluso si llegamos a devastar su equilibrio sistémico y plastificar nuestra existencia.

Por su parte, la ciudad no es más que una pequeña porción de reflejo de ese inmenso sistema global interconectado. Un lugar donde las libertades y las aspiraciones florecen de forma artificial tan intensamente como la propia exuberancia de la naturaleza de extramuros. El parque y el jardín no son más que intentos de que esa exuberancia natural forme parte del hecho urbano de una manera curativa y actúe de calmante y catalizador frente a la maquinaria productiva. “El aire de la ciudad nos hace libres” decía Hegel, refiriéndose a la aspiración de lo urbanita.

Pero estas libertades y aspiraciones había que protegerlas y aunque las ciudades ya no tenían muros, los estados si tenían potestad de erigirlos. Y cuando lo hicieron, fue para proteger a sus ciudades de la amenaza de otras, de modo que las murallas de la ciudad no desaparecieron sino que habían sido desplazadas para privarnos, precisamente, de lo prometido.

Pero la naturaleza es sabia y sigilosamente, sin apenas sentirla, nos recuerda estos días que lo sólido, las riquezas, nuestras ambiciones… se desvanecen en el aire como describía Marshall Berman. Y lo ha hecho a la manera en que un padre alecciona a su hijo, interrumpiendo su ímpetu y acercándolo a los límites del individualismo. El encapsulamiento y la alienación de nuestras vidas mediante el distanciamiento social era la única forma de despejar la mente para entender la fragilidad de un “ecosistema prefabricado” y llevarnos así a la comprensión de la necesidad de nuevos valores inminentes. La naturaleza salvaje pareciera haber tomado un nuevo orden “ecolectivo” acercándonos a la necedad de la soberanía territorial para mostrarnos la desigualdad de la ficción dejada a la suerte del más fuerte y haciéndonos inspirar ese aire de la ciudad que no nos hace tan libres como pensábamos.